viernes, 24 de mayo de 2013

Visitas


Cada tanto íbamos de visita a la casa de mi  padrino. Apenas llegaba, pedía de salir al patio, al cuarto de arriba. Era un galpón, lleno de papeles y cosas viejas. Entre todo eso, el tesoro más deseado: un piano.
Corría por la escalera, abría la tapa con mucho cuidado, y tocaba.
No sabía nada de música, pero “componía” por horas, hasta que me venían a buscar.
¿Te muestro? le decía a  mi mamá, qué lindo, pero otro día, vamos que es tarde, me contestaba.  
Un día, al bajar, escuché que comentaban, ¡qué bien, y toca de oído!

La vez siguiente no subí.  No sé por qué, algo de aquel “toca de oído”, me había gustado. A lo mejor, si me quedaba con ellos,  me pedían que tocara. Los grandes hablaban de un tema importante. Me interesé, quedé escuchando, y cuando creí que podía aportar algo, opiné.
Mi padrino me miró, giró hacia mis papás, contento, y dijo sorprendido:

 - ¡Uy! ¡Hablaba!

Desde ese día nunca volví a hablar en esa casa.Apenas llegaba, subía las escaleras y me sentaba frente al piano. 
De "oído", aprendí que con las palabras, había que tener mucho cuidado.

2 comentarios: