Cada tanto íbamos de visita a la casa de mi
padrino. Apenas llegaba, pedía de salir al patio, al cuarto de
arriba. Era un galpón, lleno de papeles y cosas viejas. Entre todo eso,
el tesoro más deseado: un piano.
Corría por la escalera, abría la tapa con
mucho cuidado, y tocaba.
No sabía nada de música, pero “componía” por horas, hasta
que me venían a buscar.
¿Te muestro? le decía a mi mamá, qué lindo, pero
otro día, vamos que es tarde, me contestaba.
Un día, al bajar, escuché que comentaban, ¡qué bien, y toca
de oído!
La vez siguiente no subí. No sé por qué, algo de aquel “toca de oído”, me había
gustado. A lo mejor, si me quedaba con ellos, me pedían que tocara. Los grandes hablaban de un tema importante. Me interesé,
quedé escuchando, y cuando creí que podía aportar algo, opiné.
Mi padrino me miró, giró hacia mis
papás, contento, y dijo sorprendido:
- ¡Uy! ¡Hablaba!
Desde ese día nunca volví a hablar
en esa casa.Apenas llegaba, subía las escaleras y me sentaba frente al piano.
De "oído", aprendí que con las palabras, había que tener mucho cuidado.
Terrible, jaja. Los niños también tienen problemas.
ResponderEliminarNi hablar....MUCHOOOOOOO CUIDADO
ResponderEliminar