Esta mañana, la noticia de la "niña muerta" nos atravesó la garganta.
La encontraron en el basurero.
El periodista preguntó. La voz de la abuela se elevo al cielo: 16 años, mejor promedio, buena hija, buena compañera, buena amiga.
Unas palabras dignas, un pedido correcto, y el amor incondicional, desde ahora, eterno.
Se llamaba Ángeles, y no era necesario que se convirtiera en uno.
En el aire, el olor no es a quemado, sino a nauseabunda basura: la de los que cometieron ese asesinato.
Algunos no merecen ni el infierno.
No hubiese podido decirlo en mejores palabras. Terrible.
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